viernes, 9 de abril de 2010

DUODECIMA TRADICION

"El anonimato es la base espiritual de todas nuestras Tradiciones, recordándonos siempre anteponer los principios a las personalidades".



     La sustancia espiritual del anonimato es el sacrificio. Ya que las Doce Tradiciones de A.A. nos piden repetidamente que sacrifiquemos nuestros deseos por el bien común, nos damos cuenta de que el espíritu de sacrificio - simbolizado muy apropiadamente por el anonimato - es la base de todas ellas. La buena disposición de los A.A. para hacer estos sacrificios, demostrada una y otra vez, es lo que hace que la gente sienta gran confianza en nuestro porvenir.


   Pero al principio, el anonimato no nació de la confianza; era hijo de nuestros temores. Nuestros primeros grupos de alcohólicos no tenían nombre; eran sociedades secretas. Los nuevos solo podían encontrarnos por medio de unos cuantos amigos de confianza. La mera insinuación de publicidad, incluso de nuestro trabajo, nos asustaba. Aunque ya no éramos bebedores, todavía creíamos que teníamos que escondernos de la desconfianza y el desprecio del público.


   Cuando se publicó el Libro Grande en 1939, le pusimos el título de "Alcohólicos Anónimos". En su prólogo aparecía esta reveladora declaración: "Es importante que nosotros permanezcamos anónimos porque en el presente somos muy pocos para atender el gran número de solicitantes que pueden resultar de esta publicación. Siendo la mayoría gente de negocios o profesionales, no podríamos realizar bien nuestro trabajo en tal eventualidad". Se puede leer fácilmente entre estas líneas nuestro temor de que una gran afluencia de gente nueva pudiera causar una ruptura de anonimato de inmensa proporción.


   A medida que se multiplicaban los grupos de A.A., también se multiplicaban los problemas de anonimato. Entusiasmados por la recuperación espectacular de un hermano alcohólico, a veces hablábamos abiertamente de los detalles íntimos y angustiosos de su caso, detalles que estaban destinados únicamente para los oídos de su padrino. Entonces, la víctima agraviada decía, con razón, que habíamos traicionado su confianza. Estos episodios, cuando empezaron a circular fuera de A.A., provocaron una gran falta de confianza en nuestra promesa de anonimato. Incluso hacían que a menudo la gente se alejara de nosotros. Claramente, el nombre - y también la historia - de cada miembro de A.A. tenía que ser confidencial, si él así lo deseaba. Esta fue nuestra primera lección en la aplicación práctica del anonimato.


   No obstante, a algunos de nuestros principiantes, con su típica intemperancia, no les importaba en absoluto la confidencialidad. Querían proclamar a los cuatro vientos que eran miembros de A.A., y así lo hicieron. Los alcohólicos apenas desintoxicados iban corriendo enardecidos por todas partes, enganchando a cualquiera que les escuchara contar sus historias. Otros se precipitaban a colocarse delante los micrófonos y las cámaras. A veces, se emborrachaban estrepitosamente, poniendo a sus grupos en un gran aprieto. Pasaron de ser miembros de A.A. a ser fanfarrones de A.A.


   Este fenómeno nos hizo parar a pensar. Teníamos ante nosotros la pregunta: "¿Hasta qué punto debe ser anónimo un miembro de A.A.?". Nuestro desarrollo dejó claro que no podíamos ser una sociedad secreta, pero era igualmente claro que tampoco podíamos convertirnos en una especie de circo. Tardamos mucho tiempo en trazar un camino seguro entre estos extremos.


   Por regla general, el típico recién llegado quería que su familia supiera inmediatamente lo que intentaba hacer. También quería contárselo a otros que habían tratado de ayudarle - su médico, su consejero espiritual y sus amigos íntimos. A medida que iba cobrando confianza, le parecía apropiado explicar su nueva forma de vivir a su jefe y as sus colegas. Cuando se le presentaba la oportunidad de ayudar, le resultaba fácil hablar de A.A. con    casi cualquier persona. Estas revelaciones privadas le ayudaban a perder el miedo al estigma del alcoholismo, y a difundir las nuevas de la existencia de A.A. en su comunidad. Muchas personas nuevas llegaron a A.A. como consecuencia de tales conversaciones. Aunque estos intercambios no seguían estrictamente el sentido literal del anonimato, sí se ajustaban al espíritu del principio.


   No obstante, nos dimos cuenta de que este método de comunicación de palabra era muy limitado. Nuestro trabajo, como tal, tenía que hacerse público. Los grupos de A.A. tendrían que alcanzar a tantos alcohólicos desesperados como pudieran. Por consiguiente, muchos grupos empezaron a celebrar reuniones abiertas al público y amigos interesados, a fin de que el ciudadano medio pudiera ver con sus propios ojos de qué se trataba A.A. Estas reuniones tuvieron una calurosa acogida. Muy pronto los grupos empezaron a recibir solicitudes para que miembros de A.A. hablaran ante las organizaciones cívicas, asociaciones religiosas y sociedades médicas. Con tal que en estas ocasiones se guardara el anonimato y se advirtiera a los periodistas presentes que se abstuvieran de usar los apellidos y las fotos, el resultado era bueno.


   Luego tuvimos nuestras primeras experiencias en el campo de la publicidad a gran escala, y fueron asombrosas. Como consecuencia de los artículos acerca de nosotros publicados en el Cleveland Plain Dealer, el número de miembros en esta ciudad pasó de la noche a la mañana de unos pocos a varios centenares. Las crónicas que aparecieron en la prensa sobre la cena que el Sr. Rockefeller dio para Alcohólicos Anónimos contribuyeron a que se duplicara el número de miembros en el plazo de un año. El famoso artículo de Jack Alexander en el Saturday Evening Post convirtió a A.A. en una institución nacional. Tributos como éstos nos brindaron otras oportunidades para darnos a conocer. Más periódicos y revistas querían publicar reportajes acerca de A.A.  Algunas compañías cinematográficas querían filmarnos. La radio y después la televisión nos acosaban con solicitudes de entrevistas. ¿Qué debíamos hacer?.


   Al ver crecer esta marea que podría traer consigo una gran aprobación pública, nos dimos cuenta de que podría hacernos un bien incalculable o un tremendo daño. Todo dependería de cómo se canalizara. Simplemente no podíamos exponernos al riesgo de que algunos miembros autonombrados se presentaran a ellos mismos como los mecías y portavoces de A.A. ante el público en general. Nuestros instintos promotores podrían ser nuestra destrucción. Si uno solo de esos miembros se emborrachara en público, o se rindiera a la tentación de utilizar el nombre de A.A. para su propio nivel (la prensa, la radio, el cine, la televisión), la única respuesta posible era el anonimato - un cien por cien de anonimato. Es este caso, los principios tendrían que anteponerse a las personalidades, sin excepción alguna.


   Estas experiencias nos enseñaron que el anonimato no es sino la auténtica humildad en acción. Es una cualidad espiritual que hoy día caracteriza todos los aspectos de la forma de vida de A.A. en todas partes. Animados por el espíritu de anonimato, nos esforzamos por abandonar nuestros deseos naturales de distinguirnos personalmente como miembros de A.A., tanto entre nuestros compañeros alcohólicos como ante el público en general. Al poner a un lado estas aspiraciones eminentemente humanas, creemos que cada uno de nosotros participa en tejer un manto protector que cubre toda nuestra Sociedad y bajo el cual podemos desarrollarnos y trabajar en unidad.


   Estamos convencidos de que la humildad, expresada por el anonimato, es la mayor protección que Alcohólicos Anónimos jamás puede tener.

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